domingo, 13 de febrero de 2011

Abelardo y Eloisa. Post Dido

Abelardo nació en 1079 en Palais, Alta Bretaña, una aldea próxima a Nantes. Berengario, su padre, era una persona culta e ilustre que supo hacerse cargo de la educación de su hijo y sus hermanos.



Siendo muy joven, Abelardo fue destinado a la carrera militar, que luego abandono por su pasión por el estudio. Cultivó todos los saberes de su tiempo, incluyendo la música y el canto. Y fue por el estudio que renunció tanto a su herencia como a su primogenitura. Abelardo, inteligente y tolerante, fue paradójicamente asceta o sensual, según los vaivenes de su corazón.
A los 20 años, Abelardo se marchó a París, dedicándose a la filosofía. Estableció una escuela en la colina de Santa Genoveva y a la misma atrajo a una gran multitud de alumnos de los que mereció profundo respeto. Años mas tarde, sus obras De trinitate y su Introducción a la teología, despertarían grandes polémicas y serían condenadas por la Iglesia Romana.
Tuvo su primera escuela en Melun y en Corbeil para regresar a los 25 años a París en donde se entregó plenamente al debate filosófico. Abelardo se hizo discípulo de Anselmo para aprender teología. Luego comenzó a debatir con su maestro, al que venció en una discusión pública, quedándose así con todos sus discípulos. La soberbia de Abelardo ase despertó como consecuencia de su constancia en el estudio y su habilidad retórica.
Eloísa, era una bella joven de talento excepcional, sobrina de Fulberto, canónigo de París. Había nacido en 1101 y tenía entonces 17 años. Abelardo, que vivía en casa de Fulberto, sedujo a Elosía bajo el pretexto de cultivar su formación filósofica: “inflamado de amor, busque ocasión de acercarme a Eloísa y en consecuencia, trace mi plan.”, decía Abelardo en una epístola dirigida a uno de sus amigos.
Cuando Eloísa quedó embarazada, Aberlardo decidió raptarla para conducirla a Bretaña. Allí, dio a luz un niño en la casa de la hermana de su amante. Pero cuando Abelardo regresó a París, Fulberto lo esperaba para ejecutar su venganza: sus emisarios multilarían sin mas al seductor de su sobrina.
Eloísa, sin otra alternativa, tomaría los hábitos en el convento de Argenteuil y Abelardo, ingresaría en el convento de Saint-Denis. Aunque éste, más adelante, abandonaría el claustro para dedicarse nuevamente a la enseñanza y al debate filosófico, aumentando su fama y con ella, la cantidad de seguidores y adversarios.
Abelardo, como consecuencia de sus ideas y discusiones teológicas, fue rechazado por los monjes de Saint-Denis, por lo que se retiró a la diósesis de Troyes donde se comprometió con una vida austera y rigurosa. Allí fundó el oratorio al Paracleto o Espíritu Santo Consolador, del que mas tarde Eloísa fuera abadesa.
Durante el Concilio de Sens, en 1140, San Bernando venció a Abelardo en una discusión pública. En consecuencia, fue condenado a cárcel perpetua (sentencia que luego fue conmutada por la clausura en un monasterio). Sin embargo, años después, el abad de Cluny, Pedro el Venerable, logró reconciliar a Bernardo y Abelardo.
Abelardo murió en la abadía de San Marcelo, en Chalons-sur-Saone, el 21 de abril de 1142. Tenía por entonces 63 años. En sus últimos años, había abandonado sus ideas heréticas, rechazando el arrianismo y el sabelianismo. Eloísa, reclamó su cuerpo.
Elosía murió en 1163, pero recién en 1808 los restos de ambos amantes fueron depositados juntos en el Museo de monumentos franceses de París. Finalmente en 1817, ambos fueron depositados en una misma tumba, en el cementerio del Pere Lachaise, de la misma capital. En rigor, los arqueólogos cuestionan la autenticidad de los restos. Pero en el terreno de lo legendario, la ficción y la realidad se tejen en una verdad de fe, que vale simplemente por el romanticismo del relato que los que escuchas desean creer.. Abelardo y Eloisa, aunque abocados al debate filosófico el uno, o la vida monástica la otra, nunca dejaron de amarse apasionadamente, pensando sin más, el uno en el otro. No pudieron morir juntos, pero protagonizaron la terrible desdicha de un amor imposible que si bien no les dio la felicidad de vivir uno cerca del otro, si les dio la de haberse sabido amados.

mitosyleyendas.idoneos.com/.

☆ Fantasmas en el museo ☆ Post Oz ☆

Si hablamos de barcos fantasma, casas encantadas o enclaves malditos, por regla de tres deberían añadirse las presencias de ultratumba que se pasean por museos y edificios afines. Contra todo pronóstico, las manifestaciones sobrenaturales de esta índole abundan mucho más de lo que cabría suponer, aportando anécdotas y curiosidades muy dispares.


Los términos espectro o fantasma, en los ambientes museísticos, para nada resultarían desconocidos. No en vano, con tal denominación se conocen a los ladrones de guante blanco especializados en robar obras de arte y otras piezas de valor conservadas en tales centros. A un nivel oficioso, también suele calificarse de fantasma –por parte de los subordinados– a una minoría importante de funcionarios adscritos a dichas dependencias.

Bromas aparte, el problema reside cuando alguien detecta una aparición espectral, precisamente en un lugar dedicado a conservar el arte o la historia del pasado. Y si resulta que esas manifestaciones se repiten, en ocasiones frente al público, es cuestión de tiempo que lleguen a los medios de comunicación, tratando la noticia con diverso grado de seriedad. Claro está, siempre que no acabe interceptada por los servicios de seguridad del museo o los poderes institucionales.

El enfoque para tratar el asunto depende en gran medida de la visión política o intelectual de cada país; como ejemplo, la exposición que a mediados del 2005 dedicó el Museo Metropolitano de Nueva York a las fotografías de fantasmas. Cerca de 300 imágenes, divididas por periodos históricos, ofrecían una visión del fenómeno bajo la supervisión de la Sociedad Norteamericana de Investigaciones Psíquicas, brindando al visitante teorías e interpretaciones de diversa índole.


En el extremo opuesto, sorprende la decisión de Consejo Musulmán de Malasia, al decretar en 2006 una Fatwa –edicto religioso– prohibiendo cualquier exposición relacionada con fantasmas, genios y similares. El origen de la decisión estriba en la muestra que se organizó en un museo de Kuala Lumpur, donde se exhibían figuras paganas y restos funerarios. En palabras del Dr. Abdul S. Hussain, director del consejo, se debilitaba la fe en el islam, fomentando la superstición y la creencia en lo oculto.

Dentro de un término medio cabría situar la exposición “Espectros de la ausencia”, inaugurada por el Museo Banco de la República de Bogotá (Colombia) el pasado 7 de marzo. El evento reunió una colección de artilugios y extravagancias que durante los siglos XVIII y XIX se usaban en los teatros para recrear seres de ultratumba. “En el arte contemporáneo la participación del espectador es cada vez más necesaria”, explicaba a la prensa José Ignacio Roca, comisario de la exposición: “Y la atracción por lo sobrenatural nos obliga a considerar este tipo de reclamos”.

En honor a la verdad, la interacción entre museos y supuestas apariciones del más allá viene estudiándose desde bastante tiempo atrás. Hacia 1830, el escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne vivió una experiencia de ultratumba en el club Atheneum de Boston, una entidad cultural que a la sazón albergaba piezas de coleccionista. Hawthorne solía sentarse a diario en la biblioteca junto a un reverendo apellidado Harris, pero las estrictas normas de la entidad impedían charlar en el recinto.

Un buen día, el bibliotecario le informó que el tal Harris había fallecido meses atrás, lo cual no le impidió al autor de La letra escarlata toparse con él a la mañana siguiente, leyendo el periódico. Por lo visto, nadie excepto el escritor se percató de su presencia durante todo aquel tiempo, dando la impresión de que aquella vez el finado deseaba transmitirle un mensaje. Si tal era su intención, fue en vano por culpa de la normativa antes citada. “Difícilmente podríamos entablar una conversación, puesto que nadie nos presentó antes de manera formal”, ironizó el literato, quien silenció el incidente por temor a que se cuestionara su cordura. No obstante, quiso investigar por su cuenta lo sucedido hasta llegar a una conclusión: los seres vivos dejan su impronta en los lugares que frecuentan, al igual que sus objetos personales, impronta que pervive incluso después de fallecer.


Los museos de la muerte

Los casos donde se observan fantasmas en las dependencias de los locales referidos, hoy por hoy, se cuentan por docenas. Sin ir más lejos, las historias referentes al madrileño museo Reina Sofía de Arte Moderno, o el relativamente cercano Palacio de Linares, son harto conocidas por los apasionados de la parapsicología. En el mismo orden cabría evocar la Casa Museo Yusuf Al Boreh, de Cáceres –véase ENIGMAS, núm. 142–, uno de los más recientes que se han dado a conocer.

Pero, de establecerse un ranking mundial de apariciones, la palma se la llevaría el Museo de Tumbas y Panteones de Juan de Veracruz, en el Estado de Querétaro (México). Inaugurado en 1967 sobre un cementerio ya saturado, en su superficie se apilan más de 400 lápidas, nichos compartidos y esculturas afines, encargados por las familias pudientes del lugar. Especialmente destaca la fosa común, donde reposan los restos de centenares de niños, víctimas de epidemias infecciosas.

A diario, los espíritus de los pequeños corretean por los callejones toda vez cierran las puertas, según testimonian los guardas nocturnos, hasta el extremo de habituarse a sus chiquilladas. Tampoco faltan los fantasmas adultos, más discretos, aunque su presencia queda registrada por igual gracias a cámaras y grabadoras. “Conviene recordar que numerosos nichos se adquirieron a perpetuidad, y puede que a sus ocupantes no les guste el público”, recalcaba a la prensa Norma Caballero, conservadora principal de las instalaciones, con motivo del aniversario de su fundación.

Otro caso de “museo de la muerte” se da en Huntsville (Texas), donde se alberga un centro dedicado a la pena capital y a quienes sufrieron esta condena. Cadenas, grilletes y ropas de presidiario ocupan parte del recinto, mientras que en otras salas se almacenan los utensilios empleados para ajusticiar a los presos, con abundante material fotográfico. A unos cuantos se les considera “malditos” por su uso, ya que al manipularlos para su traslado ocasionaban accidentes inexplicables.


De entre las piezas exhibidas, los responsables del lugar señalan con orgullo a una silla eléctrica bastante especial. Nada menos que 312 ajusticiados perecieron carbonizados con ese instrumento, antes de que la ley aprobara la utilización de la “jeringa letal”. Para añadir algo de morbo, los guías aseguran que, en la oscuridad, tan siniestro mecanismo todavía despide electrizantes descargas, aunque no se tiene constancia –por ahora– de que atacase a un miembro desprevenido del personal.

Con tintes más aciagos se recuerdan los sucesos del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago de Chile, en particular el calvario sufrido por su antigua directora, la antropóloga Grete Monstny. Jamás se atrevía a caminar de noche por los pasillos, ya que se veía azotada por una multitud de alas que le dejaban numerosas heridas. En 1970, al instalarse la luz eléctrica, se resolvió el misterio al descubrirse grandes bandadas de murciélagos que anidaban ahí dentro. Aquella solución acarreó el inicio de otro enigma no menos sobrecogedor. En la sala central del museo se detectaron ruidos procedentes del subsuelo, justo debajo de una gran ballena azul disecada. Los golpes aumentaron en ritmo e intensidad, sumándose otras manifestaciones sobrenaturales, póngase por caso, nieblas repentinas y descensos notorios de la temperatura. Varios parapsicólogos se interesaron por la cuestión, dedicándose a investigar la historia del edificio, hasta encontrar que la sala sirvió como “hospital de sangre” a principios del siglo XIX.

Levantadas las baldosas de la sala, no tardaron en encontrar los esqueletos de varios fallecidos que recibieron cristiana e inmediata sepultura. Sin embargo, los golpes persistían. La pieza que faltaba a aquel rompecabezas paranormal la proporcionó una de las últimas adquisiciones del museo: la momia de un poderoso cacique, que en vida fue un mago de notorio poder, en opinión de las leyendas locales. Su llegada coincidió con los incidentes antes descritos.

Teorías fantasmales

Las circunstancias que envuelven al fenómeno acostumbran a entorpecer la búsqueda de explicaciones plausibles, máxime si se entrecruzan intereses administrativos. Un paradigma del velo de silencio impuesto lo conforman los sucesos vividos en el Museo de Historia de Tenerife (Islas Canarias), donde la presencia de una entidad apenas mereció la atención de los medios de comunicación, si bien fue estudiada por investigadores locales.

El edificio, de vieja planta, fue la vivienda de un próspero comerciante genovés que vivió a finales del XVIII, quien decidió concertar un matrimonio de compromiso para su hija única. La muchacha no deseaba casarse, y se suicidó arrojándose a un pozo. Dada la prohibición de que sus restos mortales descansaran en el camposanto, la familia optó por enterrarla en la propia residencia, empezando de esa forma los problemas.
“Si alguien muere de manera violenta, es frecuente que aparezcan fantasmas a posteriori –advierte el parapsicólogo Andrés Barros Pérez–, y también porque en vida dejaron algo por hacer”. En la situación que nos ocupa, esa presencia dejaba sentir su frustración moviendo vitrinas, enfriando la temperatura ambiente o paseando ruidosamente. Y lo que sería peor: sin aceptar que ya abandonó el mundo de los vivos pero disfrutando con el miedo que genera.

Usualmente estas entidades incorpóreas acostumbran a entrometerse con los trabajadores habituales en lugar del público visitante. Razones que justifiquen dicho comportamiento no abundan demasiado, excepto que su presencia diaria en las dependencias provoque, tal vez, una familiaridad “sobrenatural”. Raras resultarían las excepciones a esta singular regla, si bien podría hablarse de una, con ciertas reservas, localizada en el Museo Catedralicio de Mondoñedo (Lugo).

De acuerdo con informaciones recientes del rotativo La Voz de Galicia, una visitante de nacionalidad peruana se desmayó tras descubrir a una pareja de monjes fantasma caminando por un pasillo. Tiempo después, el parapsicólogo Manuel Platas, y el experto en psicofonías José María Pardo se desplazaron al museo sin encontrar nada fuera de lo normal, excepto las altas temperaturas a causa del clima estival. La consecuencia directa del incidente se saldó con una espectacular afluencia de espectadores.


“Posiblemente, puede que en todos los museos del mundo vivan fantasmas –sentencia la periodista e investigadora Teresa Varas– porque allí se guardan enseres y objetos personales muy ligados a sus propietarios”. No en vano, cabría preguntarse si las costumbres de algunas civilizaciones antiguas de enterrar al muerto con sus bártulos más queridos, después de todo, obedezca a la intención de evitar indeseados regresos, aunque fuesen en espíritu.


Fuentes:
(TEXTO APARECIDO EN ENIGMAS 143)
Álex Muniente
http://www.akasico.com

☆¿Qué es una bicoca? ☆ Post Oz ☆

Si recurrimos al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, nos encontramos con una definición de "bicoca" como ganancia fácil de obtener, pero ¿de dónde procede esta palabra? 
Para encontrar su etimología hemos de dar marcha atrás al calendario y remontarnos a años gloriosos de la historia de España. Es más, años anteriores a que nuestra historia empezase a ser gloriosa y muy probablemente, al punto justo de inflexión entre la mediocridad y el esplendor. Y en ese punto, es cuando aparece la palabra bicoca... 
Y no así, con minúsculas, como ahora la utilizamos, sino con mayúsculas porque Bicocca es el nombre de un lugar; un pequeño villorrio situado en el Milanesado, nombre arcaico con el que se conocía el Ducado de Milán.


Actualmente Milán, una de las más prósperas e industrializadas ciudades, centro económico y financiero de Italia, ha absorbido la villa de Bicocca y la ha convertido en un barrio de la populosa ciudad, capital de la Lombardía. 
Pero por qué Bicocca pasa a significar algo fácil de obtener, es algo que queremos desvelar y para lo que nos tenemos que llevar hasta principios del siglo XVI y más concretamente al año veintidós de ese siglo. Época de turbulencias, la hegemonía del continente se la disputaban, por una parte, la Casa de Austria, con el Emperador Carlos I de España (y V de Alemania) que empezaba a consolidar una posición destacada gracias a los nuevos territorios descubiertos y desde donde empezaban a llegar riquezas insospechadas; de la otra Francisco I de Francia, de la dinastía de los Capetos y de la Casa Valois-Angulema, un príncipe del Renacimiento que elige la salamandra como emblema de su reinado.

 Arcabuceros tudescos en la batalla de Bicocca.

Para quien no esté versado en el esoterismo y en el hermetismo, no será significativa la elección, pero es necesario decir que ese anfibio, también conocido como "tritón", es el símbolo de la alquimia, ciencia que en los años a que nos referimos se desarrollaba en sótanos y cavernas, al amor de una lumbre y en agitación de redomas y calderos, buscando la piedra filosofal. 
Carlos y Francisco son dos personajes de la historia mundial y en aquel momento las personas más poderosas de Europa; sus ambiciones están enfocadas sobre Italia, a la sazón península descompuesta en reinos pequeños y débiles, que se debaten entre el arte y la guerra, entre el poder temporal de sus mandatarios y el poder eterno del papado. Curiosamente ambos reyes llevan el ordinal primero tras sus nombres. 
La vida de ambos estuvo marcada por la permanente confrontación, por la enemistad más acérrima que los llevó en muchas ocasiones al campo de batalla, en donde el lado español se vio altamente privilegiado. 
Pero ambos soberanos eran cristianos, católicos, apostólicos y romanos, aunque cada uno un poco a su manera. Coincidían en mucho (su ambición por poseer la península italiana) y discrepaban en casi todo y eso los llevó a su permanente confrontación en la que el Austria llevó la mejor parte. Una de esas partes fue la batalla de Bicocca. 
Francia y la República de Venecia, habían formado un ejército combinado con el que hacer frente a las aspiraciones anexionistas que Carlos I tenía en Italia y para contar con mayor ventaja contrataron a un ejército mercenario cuya fama en Europa le hacía creerse la fuerza más poderosa del continente. Este ejército eran los Mercenarios Suizos que había forjado su prestigio en el campo de batalla durante la guerra de los Cien Años. 
Los suizos se caracterizaban por una férrea disciplina, por medio de la que imponían severos castigos a desertores o cobardes. Su forma de enfrentarse a la batalla tenía su inspiración en la falange Macedonia que había ideado Filipo II, padre del genial Alejandro Magno y con la que éste consiguió el mayor imperio de la época y un ejemplo de general conquistador. Formaban los Mercenarios en cuadrados de sesenta por sesenta metros, en los que concentraban hasta diez mil hombres provistos de lanzas tan largas como las "sissardas" macedonias que medían seis metros y medio. De esta forma organizados, eran invulnerables a la caballería enemiga que se ensartaba en la punta de las largas picas; con los escudos en ristre y sobre sus cabezas, los defendían de las lluvias de flechas enemigas. Los Mercenarios Suizos no eran amantes de armaduras ni se adaptaron a las armas de fuego, su vulnerabilidad a la artillería enemiga era salvada con movimientos rápidos que impidieran al contrario fijar la puntería. 


Sin lugar a dudas era un magnífico cuerpo de ejército que tenía sólo un problema: era caro, muy caro. Sus integrantes querían cobrar su salario con puntualidad y a veces las arcas de los reinos no estaban lo suficientemente llenas para pagarles, lo que sin ninguna duda conseguía devenir en problemas. 
En esta ocasión, los Mercenarios Suizos no habían cobrado todo lo que se les había prometido por participar en la guerra contra España y su malestar hacía recelar a franceses y venecianos, que eran comandados por Odet de Foix, vizconde de Lautrec, el cual, en 1521, se había retirado de Milán, permitiendo a las tropas imperiales de Carlos I hacerse con la ciudad. 
Pero un año después estaban dispuestos nuevamente al combate, sólo que los Mercenarios exigían una pronta batalla para satisfacer con el saqueo las deudas contraídas. Y en esa trampa cayó Lautrec, que ordenó lo preciso para entrar en combate y así ambos ejércitos se desplegaron cerca de la localidad de Bicocca el día 27 de abril de 1522. Del lado español, una nueva fuerza se había puesto a las órdenes de Próspero Colonna, el general que mandaba el ejército imperial: los arcabuceros. Una sección de infantería con armas de fuego portátiles y una eficacia de tiro más que aceptable, sobre todo si se comparaban con el arco y la flecha o la ballesta, usados hasta entonces. 
El arcabuz era un arma larga que se cargaba por la boca y que constituyó el preludio del mosquete y más tarde del fusil, armas más sofisticadas y más efectivas que lo desplazaron definitivamente, pero mientras se usó, fue un arma muy contundente a cincuenta metros, pues atravesaba fácilmente escudos y corazas. 
Se sabe, aunque ha permanecido en el olvido, que en esta batalla, tan decisiva como ignota, se empleó por primera vez el nuevo ingenio bélico y desde ese momento, las guerras cambiaron. Pero volvamos a los campos de Bicocca donde, a ambos lados del camino que lleva a Milán, desplegaron los ejércitos, siendo más privilegiado el español, pues mantenía la posición desde antes y así eligió un altozano que ofrecía con su cota de altura un punto a favor. 
Los Mercenarios Suizos hicieron su despliegue habitual, moviéndose con rapidez para evitar a la artillería de Colonna, pero cuando se aproximaban al cuerpo a cuerpo, hubieron de subir la leve pendiente sobre la que los tercios españoles esperaban. La marcha más lenta y las descargas cerradas de los arcabuceros hicieron estragos entre los suizos que en poco tiempo dejaron sobre el terreno a tres mil soldados y veintidós capitanes. 
Parece que no quisieron recibir más castigo, pues se retiraron del campo de batalla y tres días después volvieron a las montañas suizas, sin mucho afán por continuar sus vidas de soldados mercenarios.


Desde aquella batalla, que supuso un triunfo previo al que definitivamente se daría en la Batalla de Pavía, el cuerpo de arcabuceros jugó un papel esencial en todas las guerras, haciendo un combinado con las lanzas, en lo que se llamó cuadros de "Pica y Disparo", que fue el arma más poderosa hasta que se inventó la bayoneta en las postrimerías del siglo XVII. 
Por aquella victoria, incruenta por el lado español, en la que hasta la caballería francesa huyó ante el despliegue de los caballeros españoles al mando de Antonio de Leyva, se acuñó un término que ha llegado hasta nuestros días: "esto es una bicoca", que decimos cuando queremos dar a 
entender que a cambio de poco recibimos mucho.

Fuente: José María Deira

☆ Los últimos días de MATA HARI ☆ Post Oz ☆

Mata Hari
Los primeros años del siglo XX vieron florecer a mucha gente que se refugió en la superchería para ganarse la vida o atraer la fama. Una mujer enigmática se convirtió en obsesión para sus contemporáneos y marcó aquella época de manera similar, aunque menos digna, que la polémica en torno al capitán Dreyfus. Venida de no se sabe dónde, Mata Hari  provocó una conmoción en la segunda década de aquella centuria, cuando todavía no se adivinaba el resultado de la guerra. En tales circunstancias brotan dondequiera personajes peculiares, hijos naturales del río revuelto: santones fictos, artistas sin obra, eruditos semianalfabetos, aristócratas de pacotilla, magnates financieros que viven del sablazo en espera del hipotético negocio multimillonario, vírgenes que abochornarían a Celestina...
     Esa llamativa mujer de cejas rectilíneas, brazos muelles, senos magros y grupa abundante fue ejecutada en las zanjas de Vincennes el 15 de octubre de 1917. Su ficha policial parece haber dicho: Nombre verdadero: Marghareta Gertruida Zelle, 

Alias (nom de guerre): Mata Hari. Profesión u ocupación: cocotte. (Se hace pasar por tal y por bailarina para encubrir su trabajo de espía a sueldo de los alemanes). Sentencia: ejecución por fusilamiento.
     Imaginativa y segura de sí, no teme a la competencia que podrían hacerle las consagradas Bella Otero o Isadora Duncan. Mata Hari no recurre al color español ni al hieratismo griego, convencida de que mostrarse semidesnuda como bayadera le ha de granjear la admiración y el dinero de nobles y plutócratas. Y no se equivocó: la fascinación de lo excéntrico no se hizo esperar en el París de entonces. Un escritor de aquellos días la describió así: "Una plegaria danzante, la larga plegaria de amor al astro deseado se exhalaba de todas sus palpitaciones; se estremecía, giraba, ascendía. La bayadera sagrada angustiaba a sus bellos brazos amorosos, los martirizaba para que se atrevieran al gran gesto. El vientre se henchía. La piel se torcía, clamaba, se ofrecía... ¡la luna!"
     Y a pesar de estas emociones que el público parisino experimentó ante esa especie de Naná real, un consejo de guerra integrado por siete oficiales de profesión dictó una sentencia en contra suya y la envió al paredón. En el destino de Mata Hari se suman cuando menos dos factores: la censura envidiosa del sector gazmoño de la sociedad francesa y el temor errático a la infiltración del enemigo, ¡y enemigo alemán!, en los secretos militares. Es la suma del reproche puritano que se inflige a la mujer hermosa que no tiene empacho en mostrarse semidesnuda y la desconfianza chauvinista ante lo extranjero, alimentada por el recuerdo del terrible traspié del caso Dreyfus, preámbulo del antijudaísmo vesánico de nuestro siglo.
     Mata Hari (Marguerite Gertrude MacLeod Zelle) había llegado a París hacia 1904. Pronto dio a conocer su presencia: el 13 de marzo de 1905 se presenta en el Museo Guimet bailando con sensualidad malsana en medio de tumbas y sarcófagos. Colette la vio entonces y escribió: "En realidad, no bailaba, pero sabía desvestirse progresivamente y mover un largo  cuerpo moreno, esbelto y altivo." Una presentación bastó para que la extranjera ocupara la  atención de todos. Su osadía nudista quedó de inmediato salpimentada por el desconocimiento de sus antecedentes y muy pronto aparecieron aristócratasblasés y millonarios imberbes que se pusieron a sus pies, deseosos de compartir en el lecho su supuesto misterio. Las consejas que corrían en torno a sus brebajes amorosos provocaban culebreos en la espina dorsal de los pretendientes, encandilados ante la idea de que, según propaló alguna publicación, la exótica bailarina hacía beber a sus amantes "...un filtro compuesto de pimienta chaba, raíces de ouchala, granos de sanseviera y de box bourguiana, zumo de kshira y ramas de schadavanstro". No es difícil imaginar cómo pudieron edificar sus sueños masturbatorios algunos duquesitos boulevardiers, inducidos por los nombres impronunciables de aquellos elíxires del diablo. Pero sobre cualquiera otra consideración estaba la belleza de esa mujer que, por su deliberado, maquillado exotismo, no podía compararse con las francesas.
     Algunos datos, dudables y escandalosos, se infiltraron, contribuyendo a rodear de mayor encanto fatídico a la inclasificable Mata Hari. Por ejemplo, que el 26 de abril de 1906 los jueces de Arnhem habían dictaminado que el vínculo matrimonial entre el "capitán de las Indias" Rudolf MacLeod y Margaretha Gertruida Zelle quedaba disuelto "...en vista de que la demandada, que reside en la actualidad en París, aparece en dicha ciudad en cafés-concierto y en circos y allí ejecuta danzas llamadas brahmánicas y lo hace casi completamente desnuda...". Tal sentencia la liberó de un marido, sedicente capitán MacLeod, tan humoso y escurridizo como ella, pero que en el terreno de lo concreto podía llegar a graves veleidades dietéticas, como engullir un pezón de su amada esposa... cuando menos así lo afirmó la quejosa, que pretendió explicar de esta manera antropofágica la doble valva metálica que cubría la diminutez de sus senos.
     El lunes 13 de febrero de 1917, con la detención de Mata Hari, se inició uno de los más escandalosos procesos de espionaje de la primera mitad del siglo. La inculpada, de quien se sabía por fama pública que vivía como poule de luxe so pretexto de ejecutar danzas obscenas de supuesto valor mistagógico, fue interrogada ese día en sus aposentos del Élysée Palace Hôtel y después se la condujo a la prisión de Saint Lazare, donde permanecería unos ocho meses: se la suponía inodada en la revelación de ciertos secretos militares franceses que, contra todo sigilo, habían caído en manos del enemigo.
Mata Hari

     Mata Hari había sido observada: se sabía, o cuando menos se sospechaba, que había vivido un largo romance con un oficial alemán de alta graduación, cuya verdadera identidad jamás fue conocida. En los autos del juicio consta que en julio de 1914, pocas semanas antes de la declaración de guerra, la extranjera liquidó sus bienes y viajó a Alemania, donde a menudo se hizo ver en círculos políticos, sociales y hasta policiacos de elevada categoría.
     Una vez de regreso en Francia, suscitó murmuraciones por dejarse ver a menudo en compañía del paradójicamente notorio jefe del espionaje alemán. Los antecedentes no la favorecían y pronto se dijo que era amiga íntima, y probablemente cómplice, de von Hintzen, "el hombre de las cien máscaras", cabeza de la inteligencia germana en España.
     El momento esperado llega finalmente: la danzarina pidió un salvoconducto para visitar Vittel, donde se construía un aeródromo que atraía la atención del Estado Mayor alemán.


Mata Hari dijo que el objeto del viaje era visitar a su amigo Masloff, herido al servicio de Francia. Pese a que el contraespionaje no pudo encontrar un solo dato que probara la culpabilidad de la extranjera, las autoridades la expulsaron del territorio francés.
     Un antecedente negativo para ella fue haberse albergado en Madrid en el hotel Palace, verdadero avispero de espías de todas las procedencias. No sólo eso: a los pocos días de llegar se hizo amante del comandante Kalle, agregado militar de Alemania. De sus brazos pasa a los de von Krohn, comisionado naval de la misma misión diplomática. Si su actitud es sospechosa, más lo es el radiograma que Kalle envía al jefe del espionaje germano en Holanda, dándole instrucciones de que remita a la Oficina de Pagos de París la cantidad, nada desdeñable, de quince mil pesetas, que se han de entregar al agente H21. Capturado el mensaje por el puesto de vigilancia de la torre Eiffel, se averigua que la beneficiaria es precisamente Mata Hari. Ya hay elementos de sobra para proceder en su contra y la larga temporada de observación de sus actividades ha llegado al final. La bailarina, al ser interrogada sobre la razón del cheque confiesa con desplante ¡que eran sus emolumentos profesionales! Cuando, en el curso del juicio, se alude a los treinta mil marcos que le entregó el encargado del espionaje alemán, exclama con vehemencia: "¡Es mi tarifa! ¡Jamás nadie me dio menos!"
     El juicio que se le siguió adoleció de irregularidades procesales, desplantes de Mata Hari, omisiones sospechosas y malos entendidos. Asombra, sin embargo, la seguridad inquebrantable de esta mujer que piensa que va a salir libre. Y llega a tal punto esta convicción que, cuando se entera de que ha sido encontrada culpable de espionaje, no desfallece y da muestras de un temple (o de una indiferencia) imposible de explicar. El médico de la cárcel nos ha dejado un testimonio magnífico: "... le hice una visita el día en que se dictó el veredicto; aseguro que su calma, su sangre fría, su indiferencia, me dejaron estupefacto... Mi papel exclusivamente médico me obligaba a observar una reserva absoluta; por eso, después de haberle preguntado por su salud, salí sin haberle prescrito cuando menos unas cápsulas de veronal para que durmiera. Dos días más tarde, me di cuenta de que no lo necesitaba, pues en sus noches no percibía la perspectiva del siniestro desenlace de la tragedia en que estaba involucrada."
     El mismo testigo informa que el interés de Mata Hari por la danza no menguó ante la amenaza de su ejecución. Su indiferente postura religiosa no varía un ápice: "No comunique lo que le digo a esas pobres religiosas4 que se empeñan en querer convertirme. Las infelices no comprenderían siquiera lo que la palabra religión significa en mis labios y harían sin duda el signo de la cruz si me oyeran mezclar las danzas y hasta las caricias con la liturgia. Porque soy hindú, aunque haya nacido en Holanda..."


     Los jueces esperan que conteste siete preguntas: ¿El año de 1916 la acusada tuvo tratos con el enemigo, en España?, ¿los tuvo en Holanda?, ¿o en la propia Francia? ¿Entregó la acusada informaciones militares a agentes alemanes destacados en España? ¿Entró en el campamento reservado de París con el fin de reunir datos en beneficio del enemigo? ¿Informó al enemigo de una cercana ofensiva francesa? ¿Puso al enemigo sobre aviso acerca de un descubrimiento químico francés concerniente a la escritura simpática? Por consigna, los jueces dieron por afirmativas todas las respuestas: la consecuencia fue la pena de muerte. Y cuando se le leyó la sentencia, Mata Hari, extrañada, confusa pero serena, sin que se le quebrara la voz, contestó cuando le preguntaron si tenía algo que objetar: "Nada. Sabéis toda la verdad. No soy francesa. Tenía derecho a tener amigos en otros países. Pero seguí siendo neutral. Me atengo al buen corazón de los oficiales franceses." Una conseja afirma que estuvo comiendo desenfadadamente bombones mientras los funcionarios deliberaban si la eximían de la pena capital.
     Una última declaración hubo de hacer, antes de que se dictara la sentencia final. El artículo 27 del Código Penal en vigor entonces, decía: "Si una condenada a muerte declara estar embarazada y si se comprueba que está encinta, no sufrirá su pena hasta después de haber dado a luz." Pese a los consejos del licenciado Clunet, que se ha prendado de ella, no miente: no está preñada. Tras confesarlo, pide que la lleven ante un pastor que va a bautizarla. Una vez efectuado el ritual regresa, al parecer serena, y dice, no exenta de teatralidad, dirigiéndose al conmovido médico de la prisión: "Estoy lista... Una vez más, gracias, doctor, por todos sus cuidados y su solicitud." Y a la monja que se le ha asignado: "Hermana, he viajado mucho y ¡bueno! esta vez se trata de mi último viaje. Voy a la gran estación de la que no se regresa. Vamos, madre, haga como yo ¡no llore!"
Mata Hari ante el pelotón de fusimamiento

     Ante el pelotón que la ejecutará la madrugada del 15 de octubre de 1917, Mata Hari hace gala de un valor insospechable en una mujer que ha pasado su vida entregada al placer. Se le informa que su petición de clemencia al presidente de Francia ha sido denegada. Tras un breve momento de abatimiento, se recupera y dice a la monja que la asiste: "¡No tema nada, madre! ¡Va a contemplar una muerte hermosa!" Y al doctor, con quien ha hecho una amistad genuina, le informa, no sé si con desabrimiento o por orgullo: "¡He dormido muy bien! Otro día no le habría perdonado que me despertara tan temprano. ¿Qué sentido tiene esta costumbre de ejecutar a los condenados en la madrugada? En la India, la muerte es una ceremonia que se celebra en pleno día, en medio de la muchedumbre coronada de jazmines... Me gustaría ir a Vincennes a medio día, después de haber comido bien. De cualquier manera, no creo que me fusilarán en ayunas. ¿Qué podría comer, mi querido doctor?" Y poco antes de caer fulminada, se le oye decir: "¡Bah, estos franceses...! ¿De qué les servirá haberme matado? ¡Si cuando menos esto les hiciera ganar la guerra! ¡Ya verán...!"
     Los muchos adeptos que tuvo en Francia y en el extranjero elevaron una ferviente protesta contra lo que calificaron de felonía de parte de las autoridades francesas. Un diario holandés  condenó con particular encono lo sucedido: "El crimen que se cometió con Mata Hari mancha para siempre el honor de Francia y, aparte de no ser defendible desde ningún punto de vista, sólo puede explicarse por la degeneración que necesariamente acarrea la guerra."
     Dreyfus, moral y físicamente derrumbado, fue objeto de una reivindicación que conmovió, como su condena, a todo el mundo civilizado. Mata Hari espera todavía... ¿que se le haga justicia? 


Fuente: http://www.letraslibres.com

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