Es posible que las hormigas tejedoras perfeccionaran las redes sociales con una variedad sorprendente de habilidades comunicativas.
Por Douglas H. Chadwick/ Fotografías de Mark W. Moffett
Si algún día los extraterrestres llegaran a la Tierra, que no nos moleste si su saludo inicial fuera “llévenme ante su hormiga”.
Esa hormiga podría ser una reina madre, cuyo peso es igual al de unos granos de sal. Sin embargo, ella, junto con otras reinas y sus imperios a nivel mundial, equivaldrían al peso de los 7 000 millones de personas que, actualmente, bullen en todo el planeta. Además, las reinas y sus crías han vivido en sociedades grandes y cooperativas altamente organizadas –practicando actividades que van desde tácticas de guerra hasta la agricultura y el pastoreo– por lo menos durante 50 millones de años. Nosotros nos hemos dedicado a lo mismo, ¿cuánto? ¿10 000 años a lo más?
Yo designaría como acompañante del extraterrestre al entomólogo y fotógrafo Mark Moffett, quien durante años de búsqueda en las selvas ha descubierto nuevas especies de hormigas y conductas sorprendentes de las mismas. Incluso aquí, en la selva tropical de Queensland, Australia, mientras desayuna, Moffett se pregunta qué tipo de organismo realmente es una colonia de hormigas, ya que es este grupo social como conjunto, no el individuo, el que en realidad compite en la lucha por la supervivencia y el que evoluciona con el tiempo. Consideremos la colonia como un cuerpo unificado en el que los individuos son como célu- las, con castas que desempeñan labores específicas como si fueran órganos especializados.
Justo encima de nuestras cabezas, en las copas de los árboles de la selva, fluye la sociedad casi perfecta. En otros bosques tropicales y subtropicales, veintenas de especies diferentes de hormigas pueden compartir un solo árbol, pero hay poco espacio para la coexistencia cuando las hormigas conocidas como Oecophylla construyen sus hogares: una especie aquí en Australia y en el sur de Asia, la otra en partes de África. Ágiles y de patas largas, dominan de manera tan agresiva los extensos territorios de las copas de los árboles que los lugareños las llaman simplemente las hormigas de los árboles.
O bien hormigas tejedoras, porque hacen sus nidos del tamaño de un balón de futbol entre las ramas, entretejiendo las hojas. Cada colonia de hormigas tejedoras habita de media docena a más de 100 nidos simultáneamente, formando una metrópolis de condados y suburbios conectados por rutas muy transitadas. Una jerarquía
de trabajadores y soldados mantiene y defiende este territorio, que se extiende desde las copas de los árboles hasta el suelo del bosque, manteniéndose en sincronía a través de una comunicación constante. Se tocan con las bocas, patas anteriores o antenas. Emiten aromas con diferentes glándulas para enviar mensajes distintos. Liberan más feromonas en el aire para transmitir señales de manera rápida y de amplio alcance. Incluso despliegan una conducta simbólica: para advertir de un enemigo que se aproxima, por ejemplo, sacuden sus cuerpos en una especie de pelea ritualizada.
Los científicos han comparado la comunicación de las hormigas tejedoras con un tipo de lenguaje de sintaxis primitiva. Los urbanistas examinan la organización de las sociedades de hormigas. Las hormigas sirven como modelo en todo tipo de estudios orientados a descubrir cómo los trabajos grandes y complejos se realizan con partes pequeñas y un mínimo de instrucciones.
A continuación se explica cómo se arranca un proyecto de construcción de un nido de hormigas tejedoras.
Una hormiga trabajadora solitaria se para en una hoja y se estira para sujetar el borde de otra hoja cercana. Si la distancia es muy grande, una segunda trabajadora escala sobre la primera y la de abajo sujeta a la hormiga recién llegada de su delgadísima cintura y la sostiene cerca de la meta. ¿Todavía no es suficiente? Una tercera se encarama en las dos primeras y se eleva todavía más.
Hormiga por hormiga, una cadena viviente crece en el aire como el brazo de una grúa de construcción. Una vez que se logró sujetar la hoja, el escuadrón jala al unísono, a menudo con compañeras de nido que formaron cadenas paralelas y refuerzan las uniones cruzadas para juntar los bordes de las hojas. Las trabajadoras empiezan a agruparse como si fueran grapas vivientes en la juntura entre las hojas, con las patas en el borde de una hoja y las quijadas sujetando el otro. ¿Y luego? Esperan. A medida que la tarde avanza y aumenta la humedad, llegan más trabajadoras de nidos cercanos. Llevan larvas que están a punto de entrar al estado de pupa y metamorfosearse en adultos.
Las larvas de otras especies de hormigas tejen capullos protectores individuales de seda. Las larvas de Oecophylla donan su seda a la colonia. Al pararse en la juntura de las hojas, un adulto utiliza sus antenas para tocar la cabeza de la larva que sostiene en sus mandíbulas, con lo que le indica que produzca seda de sus glándulas salivales.
Si estás lo bastante cerca para atestiguar este uso de los infantes como herramientas de costura, es probable que algunos trabajadores te piquen. Si te acercas demasiado, una multitud agitada cubriría las partes más cercanas de las plantas como si fueran pelos erizados, cada hormiga levantaría su cuerpo en cuatro patas. Las dos patas anteriores girando; les urge atraparte. Las mandíbulas curvas y de puntas afiladas abiertas, preparadas para pellizcar, punzar e inyectarte alguna sustancia glandular que añadiría más dolor y que podría marearte a medida que las picaduras se incrementaran.
En tanto, las tropas secretarían ácido fórmico que irrita las fosas nasales como si fuera un tufo de amoniaco. También liberarían feromonas de alarma, mientras otras trabajadoras correrían para contactar directamente compañeros de nido, estableciendo caminos de aromas a su paso para guiarlos hacia la amenaza. Da a los reclutadores unos minutos y posiblemente miles se dirigirían hacia ti. No te quedes esperando, la población de algunas colonias excede el medio millón.
En uno de los nidos terminados, una reina, que es varias veces más grande que la típica trabajadora (llamadas mayores y menores), produce huevos. Cuando las larvas eclosionan, algunas de las trabajadoras las alimentan, las limpian y transportan una porción hacia guarderías en otros nidos. Ocasionalmente se produce una gran cantidad de hembras y machos reproductivos. Estos tienen alas y vuelan para aparearse; las hembras fertilizadas pueden empezar nuevas colonias. El resto del tiempo las crías de la reina se convierten en hembras infértiles: una hermandad feroz de casi clones que patrullan el territorio de su colonia, buscan y recogen comida, y enfrentan a cualquier invasor, al servicio de su majestad y de la supervivencia de la colonia en su totalidad.
Una reina puede vivir años; la trabajadora promedio, meses, explica Moffett y añade: “Cualquiera de las mayores que realmente muera de edad avanzada no ha estado haciendo su trabajo para la colonia”. Dos de los científicos con los que Moffett trabajaba cuando era estudiante de posgrado en la Universidad de Harvard, los expertos en hormigas Bert Hölldobler y Edward O. Wilson, descubrieron que las trabajadoras más viejas terminaban en nidos trinchera cerca de las líneas del frente del territorio de una colonia; lo más probable es que ellas fueran las que se en- contraran al enemigo y murieran en batalla. “Una diferencia importante entre humanos y hormigas –escribieron estos investigadores– es que así como nosotros enviamos a nuestros jóve- nes a la guerra, ellas mandan a sus ancianas”.
En algún lugar de la noche oscura de la selva, Moffett está cantando canciones tontas, interrumpidas por pequeños quejidos. Eso significa que está tratando de mantenerse concen- trado mientras las hormigas lo pican. Cuando lo encuentro, está separando las hojas unidas por la seda para asomarse al funcionamiento interno del nido, y los defensores se arremolinan sobre sus brazos y se dirigen rápido hacia su cuello.
A la mañana siguiente, al levantar un mapa de las colonias, descubrimos uno que abarca 17 árboles. “Hay mucho territorio por donde vagar alla arriba, pero principalmente son hojas. Si eres un depredador, la mejor manera de controlar un territorio grande en los árboles es ser pequeño y tan abundante como para alcanzar todas esas superficies pequeñas. Piensa en las colonias como un solo bicho extendido sobre los árboles, como si fuera una película delgada”, explica Moffett.
Al ser depredadores, las tejedoras cazan casi cualquier tipo de invertebrado lo bastante grande para servir de alimento, y lo hacen de manera tan eficaz que sus territorios se convierten en zonas en donde muchas criaturas solo pueden existir en poblaciones muy bajas, si acaso. Los granjeros chinos se dieron cuenta de esto hace 1 700 años y colocaron nidos en los huertos para proteger la fruta, lo que hace de la Oecophylla la forma más antigua de biocontrol que se conozca. Recientemente, los ecologistas han promovido su uso en África como alternativa barata, efectiva y segura ante los riegos de pesticidas.
Tan pronto como una mayor se aferra a una presa, otra maniobra para sujetar y jalar una pata o una antena. En unos momentos, media docena o más de mayores tendrán a la víctima –sea una polilla, otra hormiga de una colonia ajena o un alacrán corpulento– lo extenderán y jalarán, lo suficiente como para partirlo en dos. Un par de hermanas más roerán los puntos débiles con la finalidad acelerar el trabajo. Con las piezas levantadas en alto, las trabajadoras se incorporan al río de hormigas que fluye de regreso al nido, cargadas con el botín de otras cacerías. Los pedazos más pesados son cargados por grupos.
Al mismo tiempo, diversos pelotones cuidan los pulgones y otros homópteros (insectos que succionan para alimentarse de los jugos de las plantas). Los pastores físicamente llevan este ganado a pasturas de primera calidad, vigilan las manadas por si hay enemigos y recogen las gotas especiales conocidas como mielada o rocío de miel que los insectos secretan. Al igual que el otro botín, se las llevan para compartirlas con los compañeros en el nido y así llenar el estómago colectivo.
Hasta los científicos más conservadores se están acostumbrando a la idea de la colonia de hormigas como superorganismo. Las reflexiones de Moffett tienen miras que van más lejos. Él trata de explicarme cómo las hormigas tejedoras operan en un universo einsteiniano donde el espacio se dobla y tuerce. Mentalmente redúcete al tamaño de una hormiga y emprende una caminata sobre una hoja. Es un plano bidimensional, salvo que se curva y tuerce, y después de un tiempo se desvanece. No importa, simplemente trépate por el borde y sigue caminando por el lado de abajo.
“Las hormigas tejedoras pesan tan poco, que la gravedad apenas las afecta –explica Moffett–. El mecerse de las hojas al viento es una fuerza sup rior para ellas, así que a menudo no saben dónde es abajo. Pero si una hormiga quiere ir de un árbol a otro, hay un espacio enorme en relación a su tamaño. Quizá tenga que viajar todo el camino hasta el suelo, subir de nuevo y llegar a otra rama. Lo que las Oecophylla hacen a menudo es conse- guir un montón de sus compañeros para formar un puente en el aire y cruzar al otro lado”.
Quizá Moffett sea la única persona que percibe las hormigas en el híperespacio de La Guerra de las Galaxias, alterando las reglas generales del tiempo y la gravedad. Aun así, el resto de nosotros podemos voltear a casi cualquier parte y ver una hormiga por ahí para recordarnos que la naturaleza ha inventado muchas formas de que los animales sean poderosos y una multitud de formas para que sean inteligentes.
fuente: http://ngenespanol.com/2011/05/hermanda-de-tejedoras/