domingo, 13 de febrero de 2011

☆ Los últimos días de MATA HARI ☆ Post Oz ☆

Mata Hari
Los primeros años del siglo XX vieron florecer a mucha gente que se refugió en la superchería para ganarse la vida o atraer la fama. Una mujer enigmática se convirtió en obsesión para sus contemporáneos y marcó aquella época de manera similar, aunque menos digna, que la polémica en torno al capitán Dreyfus. Venida de no se sabe dónde, Mata Hari  provocó una conmoción en la segunda década de aquella centuria, cuando todavía no se adivinaba el resultado de la guerra. En tales circunstancias brotan dondequiera personajes peculiares, hijos naturales del río revuelto: santones fictos, artistas sin obra, eruditos semianalfabetos, aristócratas de pacotilla, magnates financieros que viven del sablazo en espera del hipotético negocio multimillonario, vírgenes que abochornarían a Celestina...
     Esa llamativa mujer de cejas rectilíneas, brazos muelles, senos magros y grupa abundante fue ejecutada en las zanjas de Vincennes el 15 de octubre de 1917. Su ficha policial parece haber dicho: Nombre verdadero: Marghareta Gertruida Zelle, 

Alias (nom de guerre): Mata Hari. Profesión u ocupación: cocotte. (Se hace pasar por tal y por bailarina para encubrir su trabajo de espía a sueldo de los alemanes). Sentencia: ejecución por fusilamiento.
     Imaginativa y segura de sí, no teme a la competencia que podrían hacerle las consagradas Bella Otero o Isadora Duncan. Mata Hari no recurre al color español ni al hieratismo griego, convencida de que mostrarse semidesnuda como bayadera le ha de granjear la admiración y el dinero de nobles y plutócratas. Y no se equivocó: la fascinación de lo excéntrico no se hizo esperar en el París de entonces. Un escritor de aquellos días la describió así: "Una plegaria danzante, la larga plegaria de amor al astro deseado se exhalaba de todas sus palpitaciones; se estremecía, giraba, ascendía. La bayadera sagrada angustiaba a sus bellos brazos amorosos, los martirizaba para que se atrevieran al gran gesto. El vientre se henchía. La piel se torcía, clamaba, se ofrecía... ¡la luna!"
     Y a pesar de estas emociones que el público parisino experimentó ante esa especie de Naná real, un consejo de guerra integrado por siete oficiales de profesión dictó una sentencia en contra suya y la envió al paredón. En el destino de Mata Hari se suman cuando menos dos factores: la censura envidiosa del sector gazmoño de la sociedad francesa y el temor errático a la infiltración del enemigo, ¡y enemigo alemán!, en los secretos militares. Es la suma del reproche puritano que se inflige a la mujer hermosa que no tiene empacho en mostrarse semidesnuda y la desconfianza chauvinista ante lo extranjero, alimentada por el recuerdo del terrible traspié del caso Dreyfus, preámbulo del antijudaísmo vesánico de nuestro siglo.
     Mata Hari (Marguerite Gertrude MacLeod Zelle) había llegado a París hacia 1904. Pronto dio a conocer su presencia: el 13 de marzo de 1905 se presenta en el Museo Guimet bailando con sensualidad malsana en medio de tumbas y sarcófagos. Colette la vio entonces y escribió: "En realidad, no bailaba, pero sabía desvestirse progresivamente y mover un largo  cuerpo moreno, esbelto y altivo." Una presentación bastó para que la extranjera ocupara la  atención de todos. Su osadía nudista quedó de inmediato salpimentada por el desconocimiento de sus antecedentes y muy pronto aparecieron aristócratasblasés y millonarios imberbes que se pusieron a sus pies, deseosos de compartir en el lecho su supuesto misterio. Las consejas que corrían en torno a sus brebajes amorosos provocaban culebreos en la espina dorsal de los pretendientes, encandilados ante la idea de que, según propaló alguna publicación, la exótica bailarina hacía beber a sus amantes "...un filtro compuesto de pimienta chaba, raíces de ouchala, granos de sanseviera y de box bourguiana, zumo de kshira y ramas de schadavanstro". No es difícil imaginar cómo pudieron edificar sus sueños masturbatorios algunos duquesitos boulevardiers, inducidos por los nombres impronunciables de aquellos elíxires del diablo. Pero sobre cualquiera otra consideración estaba la belleza de esa mujer que, por su deliberado, maquillado exotismo, no podía compararse con las francesas.
     Algunos datos, dudables y escandalosos, se infiltraron, contribuyendo a rodear de mayor encanto fatídico a la inclasificable Mata Hari. Por ejemplo, que el 26 de abril de 1906 los jueces de Arnhem habían dictaminado que el vínculo matrimonial entre el "capitán de las Indias" Rudolf MacLeod y Margaretha Gertruida Zelle quedaba disuelto "...en vista de que la demandada, que reside en la actualidad en París, aparece en dicha ciudad en cafés-concierto y en circos y allí ejecuta danzas llamadas brahmánicas y lo hace casi completamente desnuda...". Tal sentencia la liberó de un marido, sedicente capitán MacLeod, tan humoso y escurridizo como ella, pero que en el terreno de lo concreto podía llegar a graves veleidades dietéticas, como engullir un pezón de su amada esposa... cuando menos así lo afirmó la quejosa, que pretendió explicar de esta manera antropofágica la doble valva metálica que cubría la diminutez de sus senos.
     El lunes 13 de febrero de 1917, con la detención de Mata Hari, se inició uno de los más escandalosos procesos de espionaje de la primera mitad del siglo. La inculpada, de quien se sabía por fama pública que vivía como poule de luxe so pretexto de ejecutar danzas obscenas de supuesto valor mistagógico, fue interrogada ese día en sus aposentos del Élysée Palace Hôtel y después se la condujo a la prisión de Saint Lazare, donde permanecería unos ocho meses: se la suponía inodada en la revelación de ciertos secretos militares franceses que, contra todo sigilo, habían caído en manos del enemigo.
Mata Hari

     Mata Hari había sido observada: se sabía, o cuando menos se sospechaba, que había vivido un largo romance con un oficial alemán de alta graduación, cuya verdadera identidad jamás fue conocida. En los autos del juicio consta que en julio de 1914, pocas semanas antes de la declaración de guerra, la extranjera liquidó sus bienes y viajó a Alemania, donde a menudo se hizo ver en círculos políticos, sociales y hasta policiacos de elevada categoría.
     Una vez de regreso en Francia, suscitó murmuraciones por dejarse ver a menudo en compañía del paradójicamente notorio jefe del espionaje alemán. Los antecedentes no la favorecían y pronto se dijo que era amiga íntima, y probablemente cómplice, de von Hintzen, "el hombre de las cien máscaras", cabeza de la inteligencia germana en España.
     El momento esperado llega finalmente: la danzarina pidió un salvoconducto para visitar Vittel, donde se construía un aeródromo que atraía la atención del Estado Mayor alemán.


Mata Hari dijo que el objeto del viaje era visitar a su amigo Masloff, herido al servicio de Francia. Pese a que el contraespionaje no pudo encontrar un solo dato que probara la culpabilidad de la extranjera, las autoridades la expulsaron del territorio francés.
     Un antecedente negativo para ella fue haberse albergado en Madrid en el hotel Palace, verdadero avispero de espías de todas las procedencias. No sólo eso: a los pocos días de llegar se hizo amante del comandante Kalle, agregado militar de Alemania. De sus brazos pasa a los de von Krohn, comisionado naval de la misma misión diplomática. Si su actitud es sospechosa, más lo es el radiograma que Kalle envía al jefe del espionaje germano en Holanda, dándole instrucciones de que remita a la Oficina de Pagos de París la cantidad, nada desdeñable, de quince mil pesetas, que se han de entregar al agente H21. Capturado el mensaje por el puesto de vigilancia de la torre Eiffel, se averigua que la beneficiaria es precisamente Mata Hari. Ya hay elementos de sobra para proceder en su contra y la larga temporada de observación de sus actividades ha llegado al final. La bailarina, al ser interrogada sobre la razón del cheque confiesa con desplante ¡que eran sus emolumentos profesionales! Cuando, en el curso del juicio, se alude a los treinta mil marcos que le entregó el encargado del espionaje alemán, exclama con vehemencia: "¡Es mi tarifa! ¡Jamás nadie me dio menos!"
     El juicio que se le siguió adoleció de irregularidades procesales, desplantes de Mata Hari, omisiones sospechosas y malos entendidos. Asombra, sin embargo, la seguridad inquebrantable de esta mujer que piensa que va a salir libre. Y llega a tal punto esta convicción que, cuando se entera de que ha sido encontrada culpable de espionaje, no desfallece y da muestras de un temple (o de una indiferencia) imposible de explicar. El médico de la cárcel nos ha dejado un testimonio magnífico: "... le hice una visita el día en que se dictó el veredicto; aseguro que su calma, su sangre fría, su indiferencia, me dejaron estupefacto... Mi papel exclusivamente médico me obligaba a observar una reserva absoluta; por eso, después de haberle preguntado por su salud, salí sin haberle prescrito cuando menos unas cápsulas de veronal para que durmiera. Dos días más tarde, me di cuenta de que no lo necesitaba, pues en sus noches no percibía la perspectiva del siniestro desenlace de la tragedia en que estaba involucrada."
     El mismo testigo informa que el interés de Mata Hari por la danza no menguó ante la amenaza de su ejecución. Su indiferente postura religiosa no varía un ápice: "No comunique lo que le digo a esas pobres religiosas4 que se empeñan en querer convertirme. Las infelices no comprenderían siquiera lo que la palabra religión significa en mis labios y harían sin duda el signo de la cruz si me oyeran mezclar las danzas y hasta las caricias con la liturgia. Porque soy hindú, aunque haya nacido en Holanda..."


     Los jueces esperan que conteste siete preguntas: ¿El año de 1916 la acusada tuvo tratos con el enemigo, en España?, ¿los tuvo en Holanda?, ¿o en la propia Francia? ¿Entregó la acusada informaciones militares a agentes alemanes destacados en España? ¿Entró en el campamento reservado de París con el fin de reunir datos en beneficio del enemigo? ¿Informó al enemigo de una cercana ofensiva francesa? ¿Puso al enemigo sobre aviso acerca de un descubrimiento químico francés concerniente a la escritura simpática? Por consigna, los jueces dieron por afirmativas todas las respuestas: la consecuencia fue la pena de muerte. Y cuando se le leyó la sentencia, Mata Hari, extrañada, confusa pero serena, sin que se le quebrara la voz, contestó cuando le preguntaron si tenía algo que objetar: "Nada. Sabéis toda la verdad. No soy francesa. Tenía derecho a tener amigos en otros países. Pero seguí siendo neutral. Me atengo al buen corazón de los oficiales franceses." Una conseja afirma que estuvo comiendo desenfadadamente bombones mientras los funcionarios deliberaban si la eximían de la pena capital.
     Una última declaración hubo de hacer, antes de que se dictara la sentencia final. El artículo 27 del Código Penal en vigor entonces, decía: "Si una condenada a muerte declara estar embarazada y si se comprueba que está encinta, no sufrirá su pena hasta después de haber dado a luz." Pese a los consejos del licenciado Clunet, que se ha prendado de ella, no miente: no está preñada. Tras confesarlo, pide que la lleven ante un pastor que va a bautizarla. Una vez efectuado el ritual regresa, al parecer serena, y dice, no exenta de teatralidad, dirigiéndose al conmovido médico de la prisión: "Estoy lista... Una vez más, gracias, doctor, por todos sus cuidados y su solicitud." Y a la monja que se le ha asignado: "Hermana, he viajado mucho y ¡bueno! esta vez se trata de mi último viaje. Voy a la gran estación de la que no se regresa. Vamos, madre, haga como yo ¡no llore!"
Mata Hari ante el pelotón de fusimamiento

     Ante el pelotón que la ejecutará la madrugada del 15 de octubre de 1917, Mata Hari hace gala de un valor insospechable en una mujer que ha pasado su vida entregada al placer. Se le informa que su petición de clemencia al presidente de Francia ha sido denegada. Tras un breve momento de abatimiento, se recupera y dice a la monja que la asiste: "¡No tema nada, madre! ¡Va a contemplar una muerte hermosa!" Y al doctor, con quien ha hecho una amistad genuina, le informa, no sé si con desabrimiento o por orgullo: "¡He dormido muy bien! Otro día no le habría perdonado que me despertara tan temprano. ¿Qué sentido tiene esta costumbre de ejecutar a los condenados en la madrugada? En la India, la muerte es una ceremonia que se celebra en pleno día, en medio de la muchedumbre coronada de jazmines... Me gustaría ir a Vincennes a medio día, después de haber comido bien. De cualquier manera, no creo que me fusilarán en ayunas. ¿Qué podría comer, mi querido doctor?" Y poco antes de caer fulminada, se le oye decir: "¡Bah, estos franceses...! ¿De qué les servirá haberme matado? ¡Si cuando menos esto les hiciera ganar la guerra! ¡Ya verán...!"
     Los muchos adeptos que tuvo en Francia y en el extranjero elevaron una ferviente protesta contra lo que calificaron de felonía de parte de las autoridades francesas. Un diario holandés  condenó con particular encono lo sucedido: "El crimen que se cometió con Mata Hari mancha para siempre el honor de Francia y, aparte de no ser defendible desde ningún punto de vista, sólo puede explicarse por la degeneración que necesariamente acarrea la guerra."
     Dreyfus, moral y físicamente derrumbado, fue objeto de una reivindicación que conmovió, como su condena, a todo el mundo civilizado. Mata Hari espera todavía... ¿que se le haga justicia? 


Fuente: http://www.letraslibres.com

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