jueves, 17 de febrero de 2011

¡Está ahí! ¿Por qué no lo veis?.post ASG





El descubrimiento de Urano en 1781 y la posterior observación de su órbita estaban poniendo en un serio aprieto a las leyes de Newton. Hasta el momento, usando la mecánica newtoniana, su ley de la gravitación y las leyes de Kepler, los astrónomos habían predicho con exactitud las órbitas de los seis planetas conocidos en el Sistema Solar. Gracias a Kepler se sabía que las órbitas debían de ser elípticas, sin embargo esto sería sólo si cada planeta fuera el único dando vueltas en torno al Sol. En la realidad, todos los planetas influyen en los movimientos de sus vecinos estelares y son influidos por estos por lo que su recorrido no es perfectamente elíptico y no se podía predecir su posición con exactitud. Esto cambió con la Ley de la Gravitación Universal de Isaac Newton. Usando la mecánica clásica, también fruto del genio de Newton, y aplicando las correcciones a las leyes de Kepler que introduce la Ley de la Gravitación los astrónomos fueron capaces de predecir con gran exactitud las órbitas de los cuerpos celestes conocidos teniendo ya en cuenta la influencia de unos sobre otros.


Entonces apareció Urano. Sobre un músico y astrónomo de la corte de Jorge III, William Herschel, recae el honor de ser el descubridor de esta enorme bola de hidrógeno. Propuso llamarlo La Estrella de Jorge pero la idea no caló fuera de Gran Bretaña. Conforme se fueron obteniendo mediciones de la órbita del nuevo planeta, iba quedando claro que no se movía como se debería mover. Urano se salía de la carretera. Saturno y Jupiter habían presentado algunas diferencias en sus órbitas respecto a lo que la teoría predecía pero en el caso Urano la diferencia era escandalosa. El enigma estaba servido y fueron muchos los científicos que se lanzaron a intentar dar con la solución. Hubo quienes afirmaban que las leyes de Newton no funcionaban a partir de determinadas distancias. Otros, más sensatos, supusieron que debía haber otro planeta, que aún no habíamos descubierto, y que estaba modificando la órbita de Urano.


Entre los defensores de esta última teoría se encontraba el astrónomo y matemático francés Urbain Jean Joseph Leverrier. Leverrier creía firmemente que las leyes de Newton no estaban equivocadas por lo que la solución correcta debía ser la existencia de otro cuerpo. Dedicó años de trabajo al problema y finalmente, usando solo los datos conocidos y las matemáticas, descubrió, en 1845, un nuevo planeta. Según sus cálculos, existía efectivamente un nuevo planeta más allá de Urano. Mandó sus predicciones al Observatorio de Berlín y allí Johan Galle, el mismo día en que recibió la carta de Laverrier, confirmó la noticia. Justo en lugar indicado por el matemático, Galle se encontró con Neptuno, el octavo planeta.

El descubrimiento de Neptuno fue un éxito de la mecánica newtoniana, que volvía a funcionar como un reloj. O casi. Existía un pequeño problemilla. Se llamaba Mercurio y sus movimientos tampoco eran los esperados. Nuevamente, fue Laverrier quien se encargó de poner las cosas en su sitio. Estaba claro que las perturbaciones en la órbita de Mercurio tenían una causa similar a las de Urano, la existencia de un planeta desconocido. El planeta Vulcano.

El enorme crédito obtenido por Leverrier al descubrir Neptuno usando, no un telescopio, sino lápiz y papel bastó para convencer a la mayor parte de la gente de la existencia de Vulcano, un planeta que orbitaba entre Mercurio y el Sol. Los extraños recorridos de Mercurio quedaban así fácilmente explicados, Vulcano era la causa. Ahora lo que todo el mundo quería ver era el nuevo planeta.


Leverrier se dedicó durante un largo periodo de tiempo a realizar los cálculos que le permitieran dar con el planeta. No era un trabajo fácil, como tampoco lo había sido en el caso de Urano. Los cálculos necesarios eran enormemente complejos y Leverrier tardó nada menos que trece años en completar la tarea. Por fin, en 1859, estaba preparado para dar a conocer sus resultados. Había conseguido calcular la distancia de Vulcano al Sol, su órbita e incluso su masa. Inmediatamente, los astrónomos de todo el mundo corrieron a sus telescopios a confirmar el nuevo éxito del gran matemático francés.


Nadie encontró a Vulcano. Ningún astrónomo en ningún observatorio consiguió encontrarlo. Hubieron de pasar un par de meses antes de que Edmonde Lescarbault escribiera una carta a Leverrier en la que afirmaba haber dado con el planeta. Lescarbault no era astrónomo sino médico, pero tenía cierta afición y se había comprado un telescopio con el que pudo hacer la observación. Es de suponer que, al menos en principio, Leverrier desconfiara. Se presentó en casa de Lescarbault sin avisar, para que el médico no pudiera preparar sus respuestas, y lo sometió a un interrogatorio completo. Las respuestas debieron ser bastante convincentes pues, a pesar de que el propio Leverrier reconocía que las notas de Lescarbault eran un caos y su instrumental rudimentario, acabó concediéndole su crédito. Leverrier aseguraba que el médico era honrado e inteligente, por lo tanto no podía estar equivocado. El nuevo planeta existía y, una vez más, estaba exactamente donde Leverrier había predicho. Fue entonces cuando se bautizó al nuevo astro como Vulcano. A Lescarbault se le concedió, bajo propuesta de Leverrier, la Legión de Honor Francesa.


Seguía en el aire el hecho de que ningún observatorio hubiera conseguido ver el planeta. Leverrier se apresuró a realizar nuevos cálculos para establecer una nueva cita con Vulcano. Proporcionó nuevos lugares y fechas donde iba a poder ser visto.


Pero nadie lo veía. El planeta más cercano al Sol permanecía oculto. Nadie se lo explicaba. De vez en cuando, llegaban noticias de observaciones realizadas en algún remoto lugar por un aficionado desconocido. No tenían ninguna fiabilidad y ni siquiera veían al planeta en los lugares que predecían los cálculos de Leverrier pero bastaban para acrecentar el misterio en torno al esquivo planeta. Urbain Leverrier no lo entendía. Propuso nuevas coordenadas pero la respuesta fue la misma. Vulcano no era visto por nadie. Sí, se anunciaban avistamientos dispersos y aislados pero lo cierto es que ni el mismo Leverrier conseguía ver el planeta. Era inexplicable.


Hasta que Leverrier propuso una solución al problema. Vulcano estaba tan próximo al Sol que era imposible verlo. De hecho más de un astrónomo había sufrido daños oculares intentando cazar a Vulcano. Pero podría ser visto durante los eclipses. Leverrier publicó los datos necesarios para que el planeta fuera visto en los próximos eclipses. Pero el planeta no estaba allí.


Leverrier era incapaz de aceptarlo. Sus cálculos eran perfectos, era imposible que nadie viera el planeta. Siguió anunciando predicciones pero, a medida que pasaba el tiempo, cada vez más astrónomos dudaban de la existencia de Vulcano. Aunque sus datos eran ignorados cada vez con mayor frecuencia, Leverrier seguía anunciando coordenadas donde iba a ser visto el planeta. Todos los años, incluso varias veces al año, Leverrier anunciaba al mundo los datos definitivos para encontrar Vulcano. Pero el planeta seguía sin ser encontrado y cada vez más científicos ignoraban a Leverrier.


Murió en 1877. Pocos días antes había publicado nuevas predicciones sobre la posición de Vulcano. Es difícil saber si alguien se molestó en comprobarlas.


El astrónomo francés había conseguido un logro extraordinario sacando el máximo partido posible a las leyes de Newton para descubrir Neptuno. Sin embargo, en el caso de Mercurio, Leverrier forzó la máquina. Muchos habían propuesto que las perturbaciones en la órbita de Urano se debían a errores en las mismas leyes de Newton. Leverrier, descubriendo Neptuno demostró que Newton no se equivocaba. Quiso repetir su proeza solucionando el caso de Mercurio y erró por completo por que Mercurio estaba más allá de las leyes de Newton. Sin pretenderlo Leverrier había descubierto los límites de la física clásica. Había llegado a esa frontera en el caso de Neptuno y, sin saberlo, la había traspasado con Vulcano. En esté caso, aquellos que afirmaban una incapacidad de las leyes de Newton para solucionar el caso estaban en lo cierto. No podría decir si alguien se dio cuenta en aquel momento pero Leverrier había puesto de manifiesto que hacían falta nuevas ideas para explicar el cosmos.


Hubo que esperar unos cuantos años para explicar el enigma de Mercurio. En 1915 un empleado de patentes aportó al mundo esas nuevas ideas necesarias. Unas ideas que supondrían un cambio radical en el conocimiento que el ser humano tenía del universo tan importante como el que supusieron las ideas de Newton. El empleado era Albert Einstein y sus ideas eran la Teoría General de la Relatividad que, entre muchísimas otras cosas, explicaba perfectamente la órbita de Mercurio. Pero esa es otra historia.

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