domingo, 30 de enero de 2011

HISTORIA DE LA EPIDEMIA DE FIEBRE AMARILLA DE 1871. Post Dido



Cuando uno camina por los barrios del Sur, suele asociar la inseguridad a algún asaltante furtivo, o quizá algún colectivo cruzando en rojo. Pero cuesta imaginar a la muerte rondando, en el aire, en el agua, en la habitación de conventillo, como en la mansión mas elegante.
La epidemia de fiebre amarilla de 1871 fue la catástrofe mas terrible que sufriera nuestro país, en el gobierno de Sarmiento, mató al 8% de los porteños, paralizó la ciudad, hundió algunos barrios pero surgieron otros, clausuró el Cementerio del Sur, pero se inauguró Chacarita. Develó el verdadero rostro de muchos, heroísmo y solidaridad en algunos, traición y oportunismo en otros. Estos fueron los “rostros de la Peste”.
La peste que diezmó la población de Buenos Aires durante los 6 primeros meses de 1871, no fue casual sino debida a una serie de circunstancias.
La guerra del Paraguay finaliza, a través de la vía fluvial del Paraná el flagelo penetra en la nuestra ciudad por el puerto, radicándose en San Telmo y los barrios Barracas, Catedral al Sur, San Miguel, Balvanera, Montserrat, San Nicolás, La Boca entre otros.
La población de Buenos Aires, bebía el agua de los pozos de la primera napa, con aguas pluviales en los aljibes, en su mayor parte contaminada por materia fecal de los “watter closset”, recién instalados.
El servicio de aguas corrientes era casi nulo, lo administraba la empresa de Ferrocarril del Oeste.
Los pantanos en las calles y los bajos de la ciudad se rellenaban con basura.
Los aguateros vendían el agua del río, sin importarles en qué condiciones se encontraba.
El flujo inmigratorio se acrecentaba, hacinándose en los barrios del Sur, en conventillos, sin que se dispusiera desde el punto de vista sanitario, las medidas necesarias para contenerla.
Todo era foco de epidemia, los conventillos, los mercados, los corrales, los saladeros, las aguas del riachuelo.
El excesivo calor, la gran sequía que asola la ciudad y las deficientes condiciones sanitarias, favorecieron el desarrollo del mosquito Aedes aegypti por los barrios de la ciudad, la comisión de higiene y los médicos ignoraban al enemigo oculto del cual poco se sabía y nada se sospechaba.
En estas condiciones encontró la epidemia a esta ciudad, las autoridades se encontraron sin saber que hacer, superando su incremento a todo cálculo y causando un pánico difícil de describir.
En medio de este caos las autoridades nacionales y provinciales huyeron al campo abandonando la ciudad a su suerte.
Algunos vecinos se reúnen y nombran una Comisión Popular para combatir la epidemia, encabezada por José Roque Pérez, Héctor Florencio Varela, Manuel Argerich, Manuel Bilbao, Carlos Guido y Spano, Aristóbulo de Valle, Lucio V. Mansilla, Francisco López Torres, Bartolomé Mitre, José C. Paz , Cosme Mariño, Manuel Quintana, entre otros.
Las calles eran un ir y venir de vehículos de toda clase, que conducían cadáveres en cajones de todas formas.
El día 10 de Abril fue el día más nefasto, se produjeron 546 victimas.
Las oficinas nacionales, las iglesias y los colegios se cerraron, el gobierno decretó feria, la bolsa quedó desierta, los alquileres en los pueblos rurales alcanzaron precios fabulosos, la inmigración se reembarcó.
Los cementerios se llenaron entre ellos el del Sur. Hubo que habilitar la Chacarita el 25 de Abril, que juntamente con el del norte dieron sepultura a centenares de cadáveres.
Cuenta Manuel Bilbao en su libro Buenos Aires, que hubo un día en que el administrador del nuevo cementerio de la Chacarita, el señor Munilla, comunicaba que tenía 630 cadáveres sin sepultar, fuera de los que había encontrado por el camino y que doce sepultureros habían muerto ejerciendo su trabajo.
A mediados de Marzo se produjo el éxodo de las dos terceras partes de la población de San Telmo. Las familias y los comerciantes huyeron hacia los pueblos de la campaña, olvidándose algunos de cerrar las puertas de sus casas, por esta causa fue incesante la actividad cumplida por el personal de la comisaría 14 al mando de Lisandro Suárez.
Permanentemente de día y noche el personal policial recorría las calles colocando candados en las casas abandonadas, expuestas a la piratería y los ladrones.
Manuel Domínguez, sereno de la manzana 72, notó que la puerta de una casa en la calle Balcarce 384 estaba abierta; en cumplimento de su deber entró en el inquilinato y halló en una pieza del último patio, el cadáver de una mujer con una criatura de pecho mamando y condolido llamó a sus superiores. La madre se llamaba Ana Cristina residía con su marido enfermo en La Boca, desde donde había sido conducida en carro, a la casa antedicha, que estaba abandonada.
Esta trágica escena fue lo que motivó al pintor uruguayo Juan Manuel Blanes a pintar un famoso cuadro sobre la epidemia amarilla.
Hospitales y lazaretos trabajaron a un ritmo agotador, morían médicos y enfermeros, mientras se arbitraban medidas desesperadas. La Cruz de Hierro, primera orden de caballería Argentina, fue destinada a honrar a los conductores de la defensa civil. Los ejemplos de altruismo se multiplicaron.
En el mes de Junio la peste se alejó para siempre, dejando 13.614 victimas. El gobierno proclamó su culpa y se impulsaron las medidas de salubridad y saneamiento que de haberse adoptado antes, sin duda hubieran impedido en mucho la propagación de la enfermedad.
(vía En San Telmo y sus alrededores)
Por Mabel Alicia Crego
FUENTES: “La epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires” de Esteban Ignacio Garramone
“Historia de la fiebre amarilla en Buenos Aires de 1871” de Diego Howlin
“Buenos Aires” de Manuel Bilbao
“Historias de Barracas de ayer y hoy” de Enrique Puccia

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